das narrenschiff.


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Ya no hay laberintos
(…)
A nadie tienen que los tema y vocifere,
ningún adolescente de encendida espada
irrumpe de la nave y corre a ellos para morder por fin
el alegre, jugoso durazno de la sangre

Julio Cortazar- Las ruinas de Cnossos




Oxidadas por la sal marina, que no respeta a fierro ninguno, las poltronas gritan  a quien las observe que deberían haberse renovado hace una década. Lona verde y naranja, a rayas horizontales, en una trama que en algún momento fuera clásica pero que ahora, definitivamente está fuera de lugar, puesta por un escenográfo torpe. Las lonas quemadas por el sol, no obstante, resisten el peso de estas mujeres.

Cuando el Río de la Plata se mixtura con el mar, lo marrón persiste un rato largo. El agua carga sangría del Paraná, lleva moléculas de tanta miseria y verdor y tanta tierra roja, ella no entrega así nomás su esencia a la anodina y persistente agua marina.

El mar, desde acá,  parece, mas que agua, un enorme cobija turquesa que dos invisibles deidades sacuden tomada por orillos que no llegamos a apreciar.

Las mujeres recostadas semejan enfermas graves o hombres capturados por la modorra despues de una comida copiosa. Están entregadas.

Un mozo,  viejo, con callos plantales que lo hacen caminar como un contrahecho, calzado con zapatos de cuero lustrados en exceso, con cordones, atraviesa cubierta repartiendo sundaes recubiertos de sirope naranja y azul  .Al derretirse  el helado se forma un reguero de  baba gomosa sobre la popa.  El mar, que es limpio, salpica y la injuria se lava

Las mujeres  permanecen con  los ojos cerrados, envueltas en batas, todas iguales, un poco amarillentas, que supieron de mejores tiempos. Las batas son o fueron de Colmegna, la tradicional casa porteña de baños turcos, un bordado da testimonio.

Este ramillete de mujeres están hermanadas por la mirada perdida y el estigma del desaliento, que les refulge como si fuera una cruz de fuego en la frente..

Al terminar el sundae, se empiezan mover, parece como si estuvieran en una sala de espera de medico y ya pasó demasiado rato y nadie sale a dar explicaciones.

Coloradas por el sol de noviembre, y despeinadas por los vientos que asolaban la planchada, no es necesario una mirada atenta para advertir que ninguna es hermosa, sino todo lo contrario y algunas, como yo, tienen poco pelo .Y como lo tienen largo, parece aun menos pelo. Unas cabelleras lamentables.

Dos horas ha que zarparon de la costa de  Quilmes. El preámbulo fue la subida a un pequeñísimo lanchón donde permanecieron  paradas tal como se hace en un colectivo suburbano o en un ascensor atestado: digo, ignorándose unas a otras

Solo abordaron la nave cuando llegaron a la mitad del río, donde las cartas náuticas indicaban la posibilidad. Me gustaría saber la eslora para explicarles bien.

Puedo decir que ninguna fue obligada. Mansas como corderos. Es que siempre hacemos eso, nos entregamos sin saber (yo hago eso,  me podría haber pasado). 

Las recibió el mismo hombre del sundae con sirope, pero con otro uniforme, asegurándose que no resbalaran en la escalerilla, que llegaran salvas a la planchada, a los deteriorados camarotes del único subsuelo..Ellas no se dieron cuenta lo extraño del asunto, no sabían de rituales de barco, de capitanes, de que -necesariamente-tendrían que haber visto mas gente.

Ahora, mientras la necesidad de dejar testimonio me impulsa a esta crónica, en este preciso momento, una que está a mi lado,  se agarra con el puño su bata de toalla con el puño y lo increpa, le pregunta como se llama el barco. Insiste que es hora de develar el destino del premio de la Lotería Turística, no quiere que se note pero está asustada. Yo conozco los signos: está asustada.  El sol la ha puesto como un camarón, el pelo revuelto, la bata abierta que deja ver que abajo continúa (pese a las indicaciones en contrario) vestida con ropa de calle, para irse presta si fuera necesario (ese es el plan)

Inclusive al levantarse noto que abajo de la toalla en la que recostaba su cabeza segundos antes, está su bolsito de mano. No se como pudo hacer. A mi me lo retiraron ni bien ingrese al barco.

El mozo de los callos plantales intenta tranquilizarla. Le dice que la nave es Das Narrenschiff y que el viaje será placentero. Le habla de cartas marinas, del Caribe, inclusive creo que escuché la palabra Mediterráneo.

Ella vuelve a la poltrona, busca su bolso tanteando en la almohada , y por primera vez (es tarde) se da cuenta que en el mar (como en la vida) no hay por donde escapar. Yo cierro los ojos,  intentaré dormir, mientras la nave va.

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